oficina sin timbre

Pierdo la vida, nada de ganármela. Mi oficina son las calles y mi máquina de escribir es el montón de desechos que las personas arrojan diariamente en cada esquina, con sus brazos y sus bocas. Perdidas y huérfanas de dueño, poco antes de morir se hacen libres, cobran una libertad infinita que les hace brillar a escondidas de sus ignorantes progenitores. En ese momento salgo de mi pecera, les atraigo con el brillo de mi nariz y con el filo de mi rabia las arranco para siempre en ese estado de último éxtasis premortem. Y las hago mías. Y después del mundo entero. Las calles me hablan, tanto a veces que me dejan sordo y me hundo en mi pecera sin resolución.

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