sin olfato

No soy muy grande físicamente. Mi nariz ocupa poco espacio, es la postiza la que hace que mi rostro llame algo la atención y evita que la gente me pise. No me sirve para nada más. No huelo. Me guío por los sonidos y el tacto, y por la mala vista de mis recuerdos y mis ojos rasgados. Al despertar, en cuanto me acostumbré a la luz, grité. Aquella nariz era tan grande como mi pecera. Creí que una bestia iba a devorarme. No, no iba a hacerlo, otra bestia aún mayor la había devorado. Seguí gritando hasta que perdí la voz. La perdí en pocos segundos. Mi garganta está sin uso y si me cuesta hablar, gritar fue un sobreesfuerzo. El mundo exterior a mi jaula protectora de cristal no sólo mastica carne, también sonidos. Me levanto y corro porque sé que no estoy a salvo. Me lo huelo.

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