Hace un par de noches, no sé deciros exactamente cuándo, caminaba despacio buscando un lugar seguro donde pasar el tiempo sin preocuparme por nada. De pronto alguien me hizo perder el equilibrio y me estampé con el suelo. No me hice daño, no me corté, pero mi pecera estaba rota. Lloré hasta que pensé en que mis lágrimas no pegarían los pedazos. Me encontraba mal, no podía respirar bien, fuera el aire era diferente. Muy asustado, corrí sin saber qué hacer, desprotegido. Sin ninguna idea de qué hacer. No quería sentir en la cara el mismo aire que respiraban el resto de miradas odiosas que superpoblaban los alrededores. ¿Por qué llevas una nariz de payaso si no nos haces reir? No, no quiero contestarles más, ¡necesito mi pecera, necesito mi pecera! Pero no crecen en las esquinas, y la mía estaba rota varias calles y plazas atrás. La desesperación duró interminables minutos hasta que me desperté dentro de mi pecera. Era de noche y a mi lado un cuaderno con notas y varias polaroids esparcidas por no haberlas sujetado bien. Cuando empecé a quedarme dormido no había notado el viento dentro de mi escudo de cristal. No sabía de quién era el cuaderno. Estaba en blanco, ni una sola anotación a primera vista. Y las fotos, eran de mi cámara, ¡pero salvo dos de ellas el resto no las había hecho yo! Mientras dormía, alguien había cogido mi cámara, me había quitado mi escafandra y me había fotografiado desde varios ángulos, de lejos y de más cerca. ¡Desprotegido, sin mi valiosa pecera! Me di cuenta de que en unas estaba el cuaderno y en otras no. Volví a revisarlo más concienzudamente. Ahora sí, vi algo. Una dirección escrita con bolígrafo verde.
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